Sin duda alguna está vuelta al cole está siendo una de las más difíciles y convulsas de todas las vividas hasta el momento.
En plena
crisis sanitaria, y con un largo confinamiento de por medio, son muchos los
interrogantes y dificultades que los miembros del equipo docente se están
encontrando en este anómalo retorno al puesto de trabajo.
Algunos de los
más relevantes podrían ser:
¿serán las medidas
organizativas implementadas suficientes para prevenir el contagio en un
contexto tan interactivo como es el aula?
¿Se cuentan con suficientes
recursos humanos y materiales para garantizar la seguridad?
Si se da un positivo en el
grupo ¿Cómo conviene proceder? ¿son las indicaciones propuestas por el
protocolo suficientes para hacer frente de forma efectiva al contagio?
¿Cómo resultará la implementación
de clases presenciales teniendo en cuenta las limitaciones en la comunicación
no verbal y paraverbal que conlleva el porte continuado de la mascarilla?
¿Nos volverán a confinar? Y, si es así, ¿tenemos todos los recursos preparados y disponibles para hacer frente a la docencia online?
En definitiva,
en este inicio de curso tan confuso y cambiante, se suceden un considerable
número de preguntas e incógnitas cuya resolución no es inmediata y depende, en
gran medida, del paso del tiempo y de la adaptación de toda la comunidad
educativa a los retos que progresivamente van apareciendo en este contexto de “nueva
normalidad”.
En este
sentido, no es de extrañar que aparezcan reacciones emocionales adversas hasta
ahora desconocidas por muchos docentes y que, en función de su intensidad y
duración, pueden afectar significativamente su estabilidad personal y
rendimiento laboral
¿Qué entendemos por reacciones emocionales adversas?
Se trata de expresiones emocionales que, si bien son
adaptativas y por tanto naturales, mantenidas durante un periodo prolongado de
tiempo y confrontadas de forma equivocada, pueden derivar en otras
problemáticas psicosociales más graves.
En
concreto hablamos de:
Miedo
Esto es, miedo a la incertidumbre en un
entorno social y laboral que no nos asegura nada ni nos aporta claves
infalibles para la planificación de nuestra actividad profesional a medio o
largo plazo.
Miedo a contagiar y ser contagiado. En el caso de un docente que esté a cargo de un grupo, dicho
miedo se acrecienta aún más si cabe por la inherente responsabilidad que él
tutor tiene sobre la seguridad de todo el alumnado a su cargo.
Miedo al desempeño de las funciones docentes. En concreto hablamos de la inseguridad que se puede experimentar a
la hora de desarrollar tareas eminentemente prácticas o cuando se pongan en
marcha proyectos grupales que requieran de un mayor grado de interacción. En
definitiva, miedo a desarrollar tareas escolares que, si bien son necesarias,
comprometan la seguridad del alumnado
Estrés
No es de
extrañar que un entorno profesional tan cambiante y con tantas tareas y
consideraciones a tener en cuenta, puedan aparecer síntomas de estrés entre el
profesorado. Es decir, sensaciones de
agobio o de “ahogo” subjetivo (especialmente tras llevar la mascarilla durante
horas), pensamientos negativos recurrentes del tipo “no voy a llegar a todo”, “no
puedo lidiar con tanto” o sentimientos de indefensión y vulnerabilidad
constantes.
Tristeza
Emociones como
la apatía, el estado de ánimo bajo o
fluctuante, los episodios de llanto espontáneos desencadenados por
acontecimientos aparentemente triviales etc. pueden aparecer en mayor
medida en este contexto de Nueva Normalidad donde sentirnos “superados por las circunstancias” es un
proceso normal y congruente con la realidad vivida.
Rabia
Con rabia nos referimos a reacciones de enfado o irritabilidad
que, o bien se mantienen más o menos estables en el tiempo o bien se
desencadenan rápidamente ante cualquier obstáculo y dificultad que pueda
presentarse.
La primera
consideración que cabría tener en cuenta es si estas reacciones emocionales son
puntuales y aisladas o están afectando significativamente a todas las esferas
de la vida (personal, familiar, social y laboral). Si la extensión del problema
es mayor, no cabe duda de que lo más es acudir a un profesional que pueda
orientarnos y ayudarnos a reconducirlo de forma más efectiva.
Si su nivel de afectación en menor
podríamos a atender a algunas pautas básicas de autocuidado como son las
siguientes:
ACEPTAR
NUESTRAS EMOCIONES
Por muy difíciles que resulten,
todas las emociones que experimentamos tienen una razón de ser y un propósito
concreto. Por ello, conviene invertir un poco de tiempo en:
·
Identificar
cómo nos sentimos
·
Tratar de
averiguar cuál puede ser el causante más evidente
·
Aceptar
esta emoción y aprender a vivir con ella sin angustia ni preocupación y
sabiendo que es un proceso totalmente normal
REALIZAR
PLANES DIARIOS ADAPTADOS A NUESTRA REALIDAD
A la hora de convivir con la incertidumbre y las demandas
cambiantes del ambiente es fundamental plantearnos
objetivos pequeños y realizables y no generar expectativas o propósitos
demasiado ambiciosos que no vamos a poder cumplir.
Con ello evitaremos las sensaciones de frustración ante metas
no cumplidas o de indefensión ante un entorno complejo que no llegamos a
controlar
EVITAR
LAS DRAMATIZACIONES
Preocuparnos por las incógnitas o las dificultades que van
apareciendo en nuestro día a día no debe convertirse en una fuente constante de
pensamientos negativos, anticipaciones catastrofistas y asunciones equivocadas
de la realidad.
Por ello , es conveniente invertir un tiempo en relativizar
las problemáticas de forma constructiva. Esto es :
- Analizar los obstáculos que están surgiendo - Determinar qué pasos o acciones conviene realizar para solucionarlos
- Si exceden a nuestro control , derivar la situación al recurso oportuno
EL CARÁCTER TEMPORAL DE LA SITUACIÓN
Si el miedo a la incertidumbre y el descontrol nos genera
mucha angustia y ansiedad, debemos tener en cuenta el carácter temporal de las
circunstancias .
Es
decir, habrá que improvisar y sortear los obstáculos hasta que la realidad nos
permita retomar nuestras expectativas y formas organizativas habituales.
INVERTIR
EN NUESTRO PROPIO AUTOCUIDADO
Una buena forma de confrontar adecuadamente las dificultades diarias y evitar nuestro desgaste personal y emocional es, precisamente, invertir tiempo en nuestro propio autocuidado. Es decir:
1. Preservemos nuestros hábitos y espacios de esparcimiento personal para favorecer la desconexión real y la auto preservación emocional. 2. Incluyamos estrategias efectivas de relajación en nuestra rutina diaria como son la respiración diafragmática, la relajación muscular progresiva o prácticas más complejas y profundas como el mindfulness o el yoga.
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